miércoles, 30 de noviembre de 2011

EN BUSCA DE LA ESENCIA PERDIDA


Weeds, 2005- 2011 (Showtime) ALERTA SPOILERS

Hace un par de años ocurrió un milagro. Nancy Botwin decidió que era hora de quemar su pueblo. Algunas de las tramas que se habían ido gestando a lo largo de las tres primeras temporadas de Weeds parecían estar aplastándose en un callejón sin salida. Sus protagonistas, en antaño endémicos de Agrestic, el pueblo ficticio donde se desarrollaba la serie, estaban preparados para algo más: la promesa del nihilismo.


La serie de Showtime, concebida como una hipérbole de los usos y costumbres de la clase media estadounidense, aspiraba a relatar como una madre de familia recién enviudada luchaba por mantener su nivel de vida a través de la venta de hierbas de la risa. El escenario era entonces de una importancia capital. Agrestic era el lugar de convergencia de todos esos sistemas de pensamiento y creencias que ahogan al individuo y lo exponen a una cotidianidad absurda y carente de cualquier tipo de felicidad o sentimiento de autorrealización. 

La alienación y el postmaterialismo que pesaban en las vidas de los protagonistas se hacía evidente desde la mitiquísima cabecera de Weeds. Reminiscencias cinéfilas nos trasportan al cine de Jacques Tati, quien en "Mi Tío" dirige su sátira contra la manía de la mecanización que amenaza aquellos despreocupados y viejos modos de vida. Esa sed de confort y de apariencias… ¿Dónde deja el elemento humano? ¿Por qué creemos que el objetivo de la perfecta vida moderna tiende a una casa (sociedad por extensión) llena de gadgets?


Tati se deleitaba malévolamente mostrando cómo la automatización, supuestamente concebida para mejorar la calidad de vida, opera contra la comodidad, la relajación y el placer. Su humor era por completo visual y auditivo, el culmen de la comedia física. 
Sin embargo, la faceta cómica del universo de los Botwins se desarrolla, generalmente, por la verborrea de sus protagonistas. Weeds es una screwball comedy de actitud. Del posicionamiento moral, social y/o vital de sus personajes se desencadenan situaciones y diálogos que se dejan llevar por el surrealismo y la gramática ácida.

Pero, ¿era posible continuar la historia de Jenji Kohan fuera de Agrestic, cuando todos los elementos de la serie tenían su razón de ser en el escenario? La satirización social, la comicidad de las tramas, la empatía con el negocio de Nancy, la justificación argumental, la naturaleza de los personajes, el drama, la comedia y, en definitiva, todo el entretenimiento de Weeds yacía en el asco y el pasotismo existencial de habitar un universo que se detesta. 


Muchos espectadores abandonaron la serie al final de esta primera etapa o lo han ido haciendo poco tiempo después. Todo nuestro respeto hacia ellos. Su posicionamiento pedía un desarrollo “normal” y consecuente que la serie no ha querido cumplir. Y es que Weeds no se compromete con nada, no le debe explicaciones a sus espectadores. Es en esta pose punky de no pedir permiso a nadie donde radica la esencia de este dramedia. Es ahí donde o te escandalizas o te enamoras hasta el final de los tiempos. 

Por todo esto tenemos que recalcar el infinito aburrimiento que nos produce el encontrar tanta gente que ha seguido las andanzas y chanzas de Nancy durante 7 años sólo para quejarse de la falta de credibilidad y sentido de sus vivencias. ¿En serio? ¿Dónde quedó vuestra capacidad de disfrute? Si no te gusta, ¿por qué lo miras?

Fue en ese antaño donde Weeds se convirtió en algo más. Tras tres años de autor magníficos, la serie podía haber seguido quejándose de lo mismo de siempre. En su lugar, la familia al completo se adentró en universos narrativos muchos más ricos y emprendió una huida en busca del nihilismo prometido. 

Escenario: Agrestic – Majestic – Regrestic – USA – El Universo

La Cuarta temporada nos trasladó a la frontera mexicana y al subsuelo (nunca mejor dicho) de aquel, también ficticio, pueblo costero llamado Ren Mar. La Quinta temporada fue un verdadero hito, pocas veces se ha visto en televisión semejantes bizarradas tan deliciosas.


El martillazo en la cabeza con el que finalizamos la etapa mexicana nos impulsó a una nueva huida, esta vez hacia el norte. En el sexto año, los Botwins se reinventaron una vez más a sí mismos convirtiendo su serie en un roadtrip de itinerario imprevisible y fumeta

La séptima temporada ha empezado a mostrar síntomas de fatiga y ha fallado en algo que no había hecho con anterioridad: la capacidad de mantener el espíritu de sus personajes pase lo que pase. Y es que si algo ha conseguido mantener nuestra adoración por Weeds ha sido la fidelidad con la que los protagonistas se adhieren a sí mismos, no importa donde estén ni que les pase. 
Nueva York no parece haberles sentado tan bien. Nancy ha tenido una aptitud muy extraña al salir de la cárcel, el tío Andy ha empezado a sentir pena de sí mismo, Shane ha madurado y Silas se ha vuelto un coñazo. 


La séptima temporada ha sido la historia de un argumento en decadencia. La forma en la que la familia ha vuelto a reunirse ha sido muy artificial, al contrario de lo que habíamos visto antes. Sus tramas han carecido de la típica tensión in crescendo de todas sus entregas anteriores. Weeds nunca ha dejado de entretener, pero Nueva York no es ciudad para "El Andy".

Es necesaria una octava temporada para recuperar la esencia perdida. Lo gracioso es que sus productores ejecutivos aseguran que la próxima entrega puede no ser la última. La serie de Showtime debería durar para siempre. Todo es ya posible. La búsqueda de los Botwins por encontrar esa mezcla entre paz y riesgo, entre vivir en comunidad pero hacer lo que les de la gana, no acabará nunca. 


Weeds es el relato de una sociedad sin sentido atravesando una época de desencanto. Es el retrato de una familia disfuncional que huye de lo supuestamente "establecido" para recrearse en la vida, las actividades ilícitas, las relaciones personales y lo excitante. Es el cuento, estirado por complejo, en el que se ha renunciado a las utopías y a las ideas de progreso en conjunto, para apelar a la comicidad y la valentía. Es la nueva reformulación de lo que debíamos de entender por "familia nuclear"

A pesar de su filosofía posmodernista, no es una serie melancólica. Sus protagonistas pasan de todo y viven en el presenteísmo más absoluto. Sus vidas se basan en la búsqueda de lo inmediato, la apuesta por el progreso individual y la capacidad de adaptación. Su vigencia en antena, además, nos está alargando la vida a base de carcajadas. Weeds debería durar para siempre.


viernes, 25 de noviembre de 2011

JÓVENES EMPRENDEDORES Y BEBIDAS ENERGÉTICAS

2ºTemporada. How To Make it In America, 2010 – 2011 (HBO)

Nueva York parece ser la metrópolis de la fracción identitaria por excelencia. Desde el Manhattan de Woody Allen hasta las conversaciones guarro-existencialistas de Sex and The City, el recorrido audiovisual da para un tour más que rentable en el que desmantelar las múltiples crisis de personalidad que estos urbanitas atraviesan a los 30, a los 40, a los 50, a los 16…


Y es que Nueva York es, a fin de cuentas, la metáfora de la ciudad contemporánea occidental, la intersección de lo actual, el resumen de una sociedad que marca camino a través del capitalismo tardío. En sus calles, gentes de todo el mundo intentan definirse a sí mismos a través de lo social, lo sexual, lo emocional, lo económico, etc.

Personajes de Friends, Damages, Revenge, White Collar, Heroes, Gossip Girl y un sinfín interminable de ficciones han compuesto un imaginario extremadamente multidimensional, en el que esta ciudad ya se nos antoja hasta propia. No es necesario viajar hasta los Estados Unidos, hemos pasado tanto tiempo deambulando por Brooklyn a través de las ficciones televisivas que su urbanismo nos pertenece. Como tierra de las oportunidades, además, la ciudad que nunca duerme siempre ha sido el punto de referencia del llamado sueño americano.


How To Make it In America alberga todos estos ingredientes clásicos y, aun así, se las apaña para hacer algo casi imposible: mostrarnos un Nueva York que no habíamos visto antes. Al menos no bajo esta óptica hipster con vocación documental.
Video, fotografía, música, arte urbano, baretos, galerías de arte, fiestas clandestinas, diseño gráfico, danza, skateboarding y actrices de Showgirls. Todo esto, y mucho más, se amontona en un collage cuyos episodios aspiran a mostrarnos cómo se trabajan los sueños y las dificultades de emprender un negocio en una ciudad donde está pasando todo, todo el tiempo.

La historia narra las peripecias de dos jóvenes emprendedores. Ben y Cam son dos amigos que, cerca de la treintena, se lanzan a la aventura de montar su propio negocio de moda. El relato se centra en sus esfuerzos por sacar la marca adelante, sus dificultades económicas y los dilemas amistoso-laborales.
En su momento intentaron venderla como la Entourage de la costa este por el hecho de tener los mismos productores ejecutivos y un argumento similar. ¡Qué nadie os engañe! Esta serie tiene vida propia.


Una vez más tenemos jóvenes perdidos en las calles de esta urbe donde todo es posible y donde la incertidumbre identitaria nos pone a prueba con asiduidad.
HTMIIA tiene un personaje no humano, al menos en apariencia. Nueva York es el escenario-protagonista de esta historia cuyo contenido parece que ya nos han contado mil veces, pero cuya forma no habíamos visto antes con tanta expresividad.

Y tanto es así que la serie se desarrolla, casi en su totalidad, en espacios públicos. Los protagonistas son endémicos de la gran ciudad. Juntos recorren sus calles, se esconden en sus cafés o se reúnen en cualquier esquina. Nueva York es su único hábitat. De sus planes, sueños, errores y encuentros casuales se desprenden encrucijadas que ponen a prueba su grado de romanticismo. El eterno dilema entre seguir soñando o volverte más práctico y acomodarte.


A través de sus vivencias, los protagonistas van desenmarañando la sociedad de clases y la hipocresía de un sistema que sí parece funcionar.
El tono costumbrista de sus tramas, la sencillez de su narración, el recurrente uso de la fotografía fija, el gran número de localizaciones aparecidas y la simplicidad con la que han sabido plasmar la cotidianidad de sus historias hacen de HTMIIA una especie de híbrido entre un magazine de tendencias neorrealista y un telefolletín posmoderno.

Este supuesto documentalismo va vehiculado a través de un estilo audiovisual que parece el trabajo de fin de curso de alguna escuela de diseño gráfico. Sin lugar a duda, este es el punto fuerte de la serie de HBO.
Los actores, muy acertados en sus papeles, tienen un doble atractivo, ya que en la vida real, algunos de ellos como Bryan Greenberg y Kid Cudi, son cantantes de la escena de la Gran Manzana.
También el formato es un elemento a favor. La brevedad de sus temporadas, cada una con 8 capítulos de treinta minutos, ofrece pequeñas dosis de las que no da mucho tiempo a cansarse.


La segunda temporada ha supuesto un salto cualitativo evidente. Sin embargo, sus primeros capítulos resultaron mucho más estimulantes que el tramo final.
La gran pregunta es: ¿qué pasó con Shannyn Sossamon? Su nombre era el más conocido en los créditos de la primera temporada y los guionistas apenas le dieron dos frases. Con razón ya no aparece por ningún lado. Su personaje en funciones ha sido cubierto por una Lulu cargada de exotismo.

Los personajes de Ben y Rachel han sufrido ligeras modificaciones. Ninguno es ya tan soso como al principio de la historia. Ambos caen mejor y hasta tienen sus propias aportaciones cómicas, especialmente la segunda. De hecho, la línea argumental de Lake Bell, a la deriva en busca de la identidad perdida, ha sido de lo mejor de la temporada.
La serie se ha vuelto mucho más coral. A las tramas de Ben y Cam por un lado, y a las de Rene por el otro, se le han sumado las de Rachel, Domingo y David.


Un aumento cuantitativo en lo referente al drama, los líos de faldas y los momentos cómicos han configurado una temporada más centrada y madura que su predecesora.
En cualquier caso, una vez más, lo mejor de la historia ha sido Luis Guzmán y su interpretación de Rene. Sus aventuras como matón de medio pelo intentando ganarse la vida con la bebida energética Rasta Monsta y su historia de amor-convivencia han sido lo mejor de este segundo año.

En ocasiones, tanto elemento "guay" hace que HTMIIA pueda parecer una serie frívola. También la sencillez y el costumbrismo de sus historias pueden dar la impresión de que "no pasa nada". Pero, en el fondo, la serie de HBO habla de lealtad, identidad y amistad desde una perspectiva original y a su propio ritmo.

En un panorama televisivo sobrepoblado por policías con habilidades especiales, abogados irreverentes y médicos en plena edad del pavo, se aprecia una historia que pretende retratar, por fin, las aventuras de un grupo de jóvenes emprendedores. Su retrato de clases y subculturas urbanas, su radiografía sociológica y su atractivo visual la han convertido en una joya dominguera. How To Make it In America es el relato de una ciudad como auténtico cuerpo contemporáneo, pero, sobre todo, la historia de grandes dilemas y pequeñas victorias.

jueves, 24 de noviembre de 2011

LA 7º TEMPORADA DE LOST + ORGÍA DISNEY

Once Upon a Time, 2011 (ABC) 

La mirada siempre ha sido el vehículo audiovisual por excelencia. Desde los orígenes del cine, las historias han sido materializadas en imágenes a través del cúmulo de puntos de vista. En materia televisiva, un medio donde abundan las historias corales y donde el protagonismo está cada vez más esparcido, el ojo se ha convertido en el símbolo de la hiperfocalización y el subjetivismo. 


En un mundo donde el interés por lo “objetivo” está en peligro de extinción, donde prima el protagonismo del informador sobre el contenido de la noticia, donde el lector prefiere conocer la opinión que cierto personaje pueda tener sobre un acontecimiento a través de Twitter en lugar de ceñirse a la materia prima informativa y dar forma a un pensamiento propio, el uso del plano-ojo se ha convertido en una imagen icónica más que recurrente.

Esta alusión gráfica que nos pone directamente en el lugar del otro ha conseguido especial popularidad gracias a la reiteración obsesiva de las mentes detrás de Lost. Seis años tardaron en contar la historia del ojo de Jack, que en 2010 se cerró en la misma posición con la que empezaba la serie. En ese parpadeo está almacenado el relato de los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic. La serialidad del medio televisivo hizo posible que el formato de cada temporada fuera mutando y avanzando hacía una narrativa casi imposible.


La serie recurría a los flashbacks, en su mayoría externos, para trazar el perfil de cada personaje hasta el final de la tercera temporada. El cuarto año introdujo los flashforwards y utilizó la ambigüedad acrónica (¿pasado, presente o futuro?) como fórmula de revitalización. La quinta temporada comenzaba con una estructura in ultima res y convirtió su contenido en un puzzle complicadísimo a través de los viajes y las paradojas temporales. El final de la historia fue una apuesta valiente que pretendió innovar en lo narrativo, pero que comprometió la estabilidad del contenido y no fue capaz de poner un broche a la altura

Los flashsideways, como muchos etiquetaron, fueron una artimaña confusa en extremo para homenajear a todos los personajes que habían ido pasando por la isla. En ese mundo alternativo los protagonistas no se conocían entre ellos y necesitaban encontrar el epicentro de sus existencias para recordar su tiempo en vida. La amnesia narrativa ha pasado a un siguiente nivel con Once Upon a Time. Su formato es la evolución de la sexta temporada de Perdidos. Es lo que habría pasado si la ABC hubiera querido alargar la vida de Jack un poco más (y liarlo con Cenicienta en alguna escotilla).


Sin embargo, lo que al final de Lost era un relato cocainómano, en Once Upon a Time es chuchería por fascículos. La narrativa retorcida se muestra aquí extremadamente simple y transparente, sin dejar de parecer misteriosa y estimulante a la vez. Las posibilidades son infinitas y su potencial, en tan solo cuatro capítulos, parece indicar que esta será la nueva nicotina que la ABC llevaba tiempo buscando.

Once Upon a Time cuenta la historia de Storybrook, un pueblo ficticio perdido en Nueva Inglaterra, donde sus habitantes son personajes de las fábulas de toda la vida, pero sin tener conciencia de ello. Sólo Henry, un niño de 11 años, sabe de la naturaleza de sus vecinos y se propone como objetivo romper la maldición que les hizo olvidar. Para ello arrastrará hasta allí a su madre biológica, Jennifer Morrison, la única persona capaz de hacer creer a la gente otra vez.


En el piloto ya tenemos numerosas reminiscencias gráficas que nos llevan una y otra vez a la isla de Perdidos. El ojo de la protagonista abriéndose en un primerísimo primer plano, esta vez a mitad del episodio, o los números de la mitología lostiana que aparecen en puertas y relojes. Pero las conexiones van más allá de los homenajes puntuales. La historia en sí guarda claros paralelismos

La propia estructura de los episodios, centrados en un protagonista o cuento en concreto. Los “fabulasbacks” que nos llevan al pasado y se relacionan directamente con la compresión del presente narrativo. El hecho de que los personajes vivan aislados en un sitio del que no pueden salir (isla o poblacho). La amnesia identitaria que sufren los habitantes de Storybrook es la misma que Sawyer y compañía tenían en los flashsideways. Me pregunto si tendrán que tocarse también para recordar tiempos pasados, o si acabarán abrazados en el interior de alguna iglesia en Nunca Jamás.


Su principal virtud reside en la capacidad de interacción. Once Upon a Time es un relato tres veces temporal. En primer lugar, el presente de la historia, donde predomina el suspense como régimen narrativo (nosotros sabemos más que los habitantes de Storybrook, ya que ellos no recuerdan quienes son).

En segundo lugar, el pasado o "mundo de las ideas" en el que conviven todos los cuentos de la tradición popular, donde predomina la intriga (los personajes saben mucho más, nosotros vamos descubriendo sus historias pasadas poco a poco). 


En último lugar, nuestro pasado como devoradores de cuentos y fábulas. Nuestro conocimiento sobre esto es fundamental para comprender la historia y el rol de los personajes. La curiosidad por ver cómo se relacionan Pinocho y Caperucita, o por descubrir cómo fue la vida de Blancanieves una vez acabó su cuento, son los puntos fuertes de una historia que apela a nuestra curiosidad y nos reclama como receptores activos, ya que sin nuestro conocimiento previo, la serie no tendría razón de ser. 

Nuestra implicación involuntaria en la historia, las metareferencias literarias infinitas, el tono blanco sobre el que se construye el relato y la posible reflexión sobre la importancia de las ficciones en nuestras vidas, como método para seguir adelante en un mundo con mucha falta de finales felices, hacen de Once Upon a Time la serie más original y entretenida del año.


jueves, 17 de noviembre de 2011

RELATOS GÉLIDOS Y POLÍTICAS EN ESTADO TERMINAL

Boss, 2011 (Starz)

El aumento cualitativo de las ficciones televisivas procede de un gran salto de ambiciones. Audiencia, creadores y ejes de la industria audiovisual han depositado su confianza en este medio como soporte estrella para desarrollar y desmantelar universos complejos.

Ciertamente compleja es Boss, la nueva serie de Starz, la cadena de Party Down o Spartacus. Se trata de un drama político que narra la vida del alcalde de Chicago, un megalómano precipitado a la muerte debido a una enfermedad terminal y extremadamente agresiva. Este punto de partida sirve como pretexto para desenmarañar los tejemanejes y corrupciones varias del funcionamiento del sistema. 


Los elementos técnicos de esta nueva historia son impecables. Desde la fotografía a la interpretación, pasando por un montaje desfasado, obsesivo y enfático, todo está excepcionalmente cuidado y orientado a reforzar un tono seco y aséptico, y a configurar esa atmósfera fría y solitaria que enmarca al Chicago menos amigable. Boss está exenta de sentimientos y emociones. Esta es, sin duda, su mayor atracción, pero también el factor que la hace más densa y menos accesible. 

La serie cuenta con Gus Van Sant como productor ejecutivo y también como director del episodio piloto. El estilo que se desprende de las primeras escenas recuerdan, por momentos, a "El indomable Will Hunting". Aunque su labor como realizador acabe tras el primer episodio, su impronta se extiende a lo largo de los siguientes capítulos en cuanto a la forma se refiere. 
Destaca el recurrente uso de los teleobjetivos en algunos de los primeros planos, y de los planos detalles, más cortos que hemos podido ver en la pequeña pantalla. Boss parece, en numerosas secuencias, un anuncio de Volkswagen. 


La confianza en el relato audiovisual que genera la teleficción no procede únicamente de la inventiva narrativa. De hecho, en una de las temporadas más creativas a nivel argumental que se recuerde (con historias como la de 'Once upon a time', 'American Horror Story' e, incluso, 'Ringer'), esta puede ser la serie con menos ingenio del momento. 
Ecos de 'The Sopranos', 'Damages', 'The Wire' y 'Breaking Bad' resuenan en la lejanía de una propuesta que ha sido erigida siguiendo un modelo narrativo más asociado a HBO que a anteriores productos de Starz como 'Gravity' o 'Torchwood'. 

El protagonismo está altamente focalizado en la figura del alcalde Tom Kane. Sin embargo, eso no impide que también haya lugar para múltiples tramas corales que aspiran a sumar y a componer una radiografía invisible de la política de nuestros días. Y es que, aunque esta historia ya nos la han contado antes, especialmente (y de forma mucho más amplia) en The Wire, resulta interesante, en los días que corren, visionar un relato que pretende aportar un poco de luz en los claroscuros del politiqueo y las administraciones públicas (púbicas).  


La interpretación de Kelsey Grammer es de sobresaliente, pero los demás personajes no se quedan atrás. He leído en Vayatele que la actriz que interpreta a Kitty está limitada. Creo que es una afirmación injusta, asociada a la trayectoria casposa- interpretativa de la actriz.

Kathleen Robertson pasó de "Sensación de Vivir" a ser la protagonista de cintas de culto como 'Splendor' de Gregg Araki. Esta rubia explosiva ha alternado obras de bajo presupuesto con macarradas comerciales como 'Scary Movie 2'. Ella está muy bien en su papel, de hecho su personaje de asesora-ninfómana es de los más sugerentes. Sus polvos con Jeff Hephner son antológicos. Ellos, pase lo que pase en Chicago, siguen copulando como si estuvieran en otra serie.


Connie Nielsen interpreta a la mujer del alcalde. Su personaje es la Carla Bruni de Illinois, y su matrimonio burocrático, y carente de todo lo demás, es una de las partes más interesantes. La historia que chirría es la de su hija. Una ex-drogadicta metida a sacerdotisa que no pinta mucho en todo esto (de momento). 


A pesar de sus defectos y sus densidades, Boss destaca por su vigencia como detector de los estados de ánimo y las inquietudes del mundo actual.  La historia parece estar tallada en un glaciar. La gente está vacía o llena de tristeza y agresividad. La rutina del mundo laboral absorbe la vida personal y somete todo a su éxito y desarrollo. 
El universo que se desprende de su narración es gélido y desprovisto de cualquier ápice de sentimentalismo. El contenido es duro, brutal y con tendencias minimalistas.

Es difícil establecer conexiones entre nuestras circunstancias y las vidas de sus personajes. Su visionado se antoja  espeso, lento y, por momentos, impenetrable. Pero es ahí donde también reside su mayor punto de atracción y de diferenciación con el resto de ficciones del momento. 
Boss es, a su manera, un reto interesante y que, aunque no lo parezca en absoluto, tiene bastante de novedoso. Uno de los mejores estrenos de la temporada.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

BOTONES DE RESET Y UNIVERSOS EDULCORADOS

4º Temporada. Fringe, 2008 – 2011 (FOX)


Explicar lo inexplicable es muy complicado. En Fringe lo saben muy bien y por eso se dedican a algo que nadie sabe hacer mejor: revelar lo imposible y luego explicar con metáforas sencillas y curiosas procedimientos científicos que podrían llevarnos a comprender esas revelaciones imposibles.


Así, tenemos a Peter Peter Bishop viajando a un futuro apocalíptico mediante una máquina fabricada antes de los dinosaurios. ¿El resultado? La unión de los dos universos que conocíamos hasta ahora con el propósito de su coexistencia pacífica. ¿Tiene esto algún sentido? En principio no, pero para eso contamos con Walter. Con un regaliz y una lata de Pepsi él es capaz de representar la teoría de la relatividad y hacernos entender el nuevo rumbo que ha podido coger la serie, o, en su defecto, ablandarnos el corazón y convencernos de que, en realidad, la ciencia no importa un carajo

Y es que Fringe ha ido deconstruyendo lo paranormal (y también lo sentimental) a través de un laboratorio con vaca incluida. Pocas series hay en la actualidad con un nivel de prestidigitación narrativa tan experimental y con argumentos con tanta vocación de reinvención.  


Ahora bien, ¿cuáles han sido las consecuencias del final de la tercera temporada (mencionado anteriormente)? A nivel de comodidad narrativa hay algo claro: se ha creado una especie de parque temático subterráneo que comunica ambos universos. Ya no hay necesidad de que Olivia viaje mentalmente a la tienda de souvenirs, ni de que Walternate secuestre a Peter, ni de que Massive Dynamics nos preste artilugios de menaje paranormal para cruzar entre los dos mundos. Antes era difícil, peligroso y coñazo. Ahora hay un complejo con dos salidas, una a nuestro universo y otra al universo B. 

Eso está muy bien, pero ¿qué ha pasado realmente después de que Peter fuera borrado de la línea temporal? Pocos datos tenemos por el momento. Parece como si la serie hubiera aparcado la mitología en algún descampado para seguir ofreciéndonos capítulos autoconclusivos que poca chicha aportan a la trama principal. 
Por este lado, lo que llevamos de temporada va defraudando un poco. No se han explicado de verdad las consecuencias del suceso y la historia no ha avanzado mucho. Peter ha vuelto, pero la forma en la que lo trajeron de vuelta se me antojó un poco facilona y sin sentido. ¿Para eso tanto drama y desconcierto? ¡Si luego aparece en pelotas en el lago Reiken, así por la cara!


También es cierto que digo todo esto con la boca pequeña. La investigación de lo sobrenatural nunca ha sido en Fringe una excusa para el todo vale. La serie ha ido mostrando su núcleo muy lentamente, una cualidad, esta de la lentitud, muy poco común (y muy poco valorada) en las series de ciencia ficción

Lo innovador de la serie de J.J. Abrams se encuentra en su propia estructura: en su origen comenzó con una historia que permutó a mitad del primer año. Al final de su primera temporada se plantó la semilla de la revelación que debía cambiarlo todo. Sin embargo, tardó mucho en dar frutos. Los brotes salían, poco a poco, para dar indicios cuando menos lo esperabas. Y fue pasado el ecuador de la segunda temporada cuando el mago mostró que sus cartas ya estaban medio crecidas. 
La segunda mitad de esa temporada fue un placer maravilloso que culminó con la traca y el truco definitivo. Fue entonces cuando, para explicar la vuelta de tuerca que había plantado a las dos Olivias en universos contrarios, el mago enseñó al público su chistera...


¡Cuál fue la sorpresa de los asistentes al comprobar que la chistera no era tal, sino más bien un extravagante sombrero con doble compartimento, bonito y de marca! Así, al comienzo de su tercer año la historia se dividió en dos series: una en los capítulos pares, cuyos sucesos ocurrían en un universo, y otra en los impares, cuyo relato transcurría over there. El resto de episodios, aunque no tan interesantes, estuvieron a la altura y mostraron cada vez más semejanzas con la fantasía lostiana. El final de la tercera temporada fue, en realidad, el mago presionando el botón de reset. ¿Estaba el mago borracho, cansado o, por el contrario, más inspirado que nunca?

Yo que soy un hombre de fe, creo en la ciencia de Fringe, tanto en la de la historia en sí como en la de los propios guionistas. Ellos sí que trabajan en un laboratorio donde la experimentación prueba fructífera, aunque también peligrosa. Es ahí donde reside la magia de la historia protagonizada por Anna Torv. Nos han traído hasta aquí por las sendas más interesantes, pero el recorrido no ha estado exento de incertidumbre. A menudo, como ya paso con Lost, nos cuestionamos si el destino será igual de bonito que sus múltiples caminos.


Confío en que la temporada, al igual que la serie en general, se irá desenvolviendo poco a poco para dejarnos saborear, con esa misma lentitud, un nuevo caramelo narrativo inesperado y delicioso. En mi opinión este cuarto año también está contando con numerosas virtudes. La historia ha adquirido un tono intimista y de introspección muy valiente en el mundo de la ciencia ficción. 

En general, las historias autoconclusivas han estado muy bien, destacando el 4x04 'One night in October', el 4x04 'Subject 9' y el 4x06 'And those we left behind'.
La incorporación de Lincoln ha sido un punto a favor, aunque el personaje interpretado  por Seth Gabel no ha aportado aún nada digno de mención y es un poco sosainas. Los nuevos Shapeshifters y la nueva máquina de escribir traen de vuelta la amenaza del mal y de un nuevo villano (que hacía falta para añadir un poco de tensión), aunque... ¿esto no lo habíamos visto ya?


En lugar de grandes intrigas y tramas, el inicio de esta cuarta temporada ha estado marcado por un detallismo inusual cargado de referencias. Pequeñas pistas para ir descubriendo qué paso realmente al final de la tercera temporada y cuáles han sido las consecuencias de los actos de Peter. También breves indicios de por dónde irán los tiros del final de Fringe con la presencia de los desfases temporales y diferentes deja vú que hemos ido experimentado a lo largo de estos primeros capítulos. 

En definitiva, un comienzo tranquilo, elegante y prometedor, aunque también un poco edulcorado de más. Necesitamos más porque tenemos muchas preguntas. ¿Habrá más catfights entre Bolivia y Olivia? ¿Por qué nadie parece saber quiénes son los observers? ¿Acaso hay más universos y, por consiguiente, más y más Peters y Broyles? ¿Algún día conoceremos la vida privada de Astrid? ¿Por qué esta muriendo el universo de over there? ¿Por qué John Noble no está arrasando en los Emmys y en los Golden Globes y en...?

lunes, 14 de noviembre de 2011

EL BARROQUISMO EN LA PEQUEÑA PANTALLA

A propósito de American Horror Story

Resulta curioso que muchos analistas hayan empezado a usar el término neobarroquismo a raíz de True Blood, cuando desde 2004 Lost ha estado narrando la historia más alucinante y alucinada de cuanto hemos podido ver, y cuando fue el propio Ryan Murphy quien en 2003 nos deleitó con Nip/Tuck, serie que para nosotros es el inicio de este movimiento de anfetaminas y exceso.


Me imagino un read-through de los guiones de estas series. Los actores haciendo un ensayo a la italiana de cosas como: “y Jacob mata a su hermano después de que éste hubiera salido de la caverna de Platón, pero, accidentalmente, lo convierte en un humo negro asesino. Mientras tanto, Ben mueve la isla a través del espacio-tiempo girando una rueda de madera congelada en el interior de una isla tropical”. 

O “Antonia Gavilán de Logroño viaja con Sookie al país de las hadas- horcos, mientras Jason es violado por 15 mujeres pantera menores de edad”. 
O “la ama de llaves que muta en pornochacha, que a todo esto es un fantasma, intenta seducir a Ben Harmon mientras su esposa se tira al hombre de látex”.


Mejor aún sería analizar la trayectoria de ciertos personajes a los que les ha pasado todo lo posible e imposible. Por ejemplo, Matt, el hijo de los protagonistas de Nip/Tuck, ha pasado por el porno, las drogas, la auto-circuncisión, la cienciología, el tener una hija con la ex- novia de sus padres, el nazismo, el ser un atracador disfrazado de mimo y un sinfín de excesos impensables para un guionista a la hora de construir el arco dramático de un personaje.

De hecho, ¿quién puede identificar el género, o géneros, de estas cuatro series? ¿Es posible? Esta es mi propuesta:

- Nip/Tuck: culebrón posmoderno de comedia negra
- Lost: drama alucinógeno de ciencia-religión
- True Blood: comedia porno de fantasía costumbrista
- American Horror Story: terror disfuncional de conglomeraciones psico-sádicas


Como espectadores mantenemos una relación de ambivalencia con estos relatos. Por un lado nos fascinan, nos entretienen, nos hacen reír con sus múltiples bizarradas y sus situaciones imposibles. También, al difuminar tanto las fronteras de contenido, y entre niveles narrativos, nos intrigan no sólo con la historia en sí, sino también con las supuestos límites de ficción. 
A menudo nos preguntamos hacía dónde va todo esto, qué va a pasar, pero también qué coño ha pasado. Nos pica la curiosidad por descubrir cómo solucionarán todo esto y si tendrá algún sentido convincente que justifique todos los demás recursos que nos han llevado hasta aquí.

Por otro lado, en muchas ocasiones no somos capaces de empatizar con los personajes o entender el rumbo de sus historias. El exceso y la imposibilidad de predecir lo que ocurrirá (porque quizás a última hora aparezca un dragón transformista que viola al villano de turno y después se transforma en un neurocirujano que esnifa pegamento) nos conducen a la saturación y al cansancio. 
La falta de credibilidad de muchas escenas nos sacan del universo ficticio y nos recuerdan que estamos ante un artificio calculado con precisión. 


Son muchos los que se quedaron a medio camino de Lost o True Blood. Aunque también otros se toman la emisión de sus episodios como un auténtico ritual. Hay que reconocer su gran destreza en cuanto a la originalidad y al esfuerzo por intentar mostrarnos algo “distinto”, a pesar de que, muchas veces, ese esfuerzo pirotécnico para mantenernos embelesados esconde un vacío argumental que no comunica nada en última instancia. 

En cualquier caso, tenemos que aplaudir el hecho de que iniciativas tan poco convencionales se hayan instalado en tantísimas pantallas a lo largo y ancho del mundo. Tiene mucho mérito conseguir que tanta gente quiera compartir tu imaginación y conecte con tu historia por loca que sea. Algo debe mantenerse oculto detrás de la frivolidad y los imposibles puntos de giro. 
Quiero pensar que, en el fondo, hay algún tipo de fuerza que no sólo nos impulsa al delirio, sino que también nos está contando algo importante sobre lo que merece la pena pensar. 


Todos nos hemos adentrado, en mayor o menor medida, en este tipo de relatos, y yo me pregunto:  ¿estaremos cambiando como espectadores? ¿Cómo nos afecta el consumo de estas series? ¿Es posible disfrutar de la misma manera de un capítulo de Mad Men o de The Wire después de ver tres capítulos de True Blood? ¿Tenderán todas las series hacía esta casi obligación por sorprendernos?  ¿Competirán por ver quién es capaz de ir más allá sin perder su esencia?

A veces tengo la sensación de que algunas historias se esfuerzan tanto por marearte, volverte loco, despistarte, perturbarte y sorprenderte, que terminas perdiendo el sentido crítico y la capacidad para procesar la información.
En otras ocasiones no sé qué sería de nosotros sin estos productos que cada semana nos retan llevándonos a lugares inimaginables, pero ¿es posible fascinar durante 5 temporadas? ¿Es viable estar integrado socialmente si no ves alguna de estas series? ¿Conduce el exceso a una falta de credibilidad?

¿Es la falta de credibilidad un problema o un aliado?

sábado, 12 de noviembre de 2011

SERIES DE AUTO-AYUDA Y SITUACIONES INCÓMODAS

Enlightened, 2011 (HBO)

¿Es posible ser feliz en un mundo hostil? ¿Es posible no ser un gilipollas si estás rodeado de gilipollas? ¿Se puede no vivir enfadado trabajando para una multinacional a la que no le importas un pimiento? ¿Es viable intentar llevar una vida atípica sin tener que parecer un psicópata? ¿Es posible eliminar de nuestro organismo el odio, la ira, el rencor y el resentimiento de verdad? Estas son algunas de las cuestiones que la serie de Laura Dern (porque es su serie) nos hace plantearnos, y cuyo dilema es de los pocos puntos interesantes que se pueden disfrutar.

Muchos blogs están comentado que Enlightened es el intento de HBO por lanzar un dramedia al estilo Showtime. ¡Yo digo que ni de coña! Sí es cierto que hay un punto en común: el absoluto protagonismo de una mujer de mediana edad en una situación difícil o poco ordinaria. También el hecho de que todas estas mujeres estén encarnadas por actrices de prestigio como Mary-Louise Parker, Eddie Falco, Laura Linney, Tonnie Collete o Laura Dern. 


Sin embargo, el estreno de HBO se aleja de los esquemas argumentales de estas series y nos narra una historia que, aunque sí se parece en la forma (por la duración de los episodios y el star-system femenino), nada tiene que ver con los relatos de Showtime en cuanto al contenido. United States of Tara, Weeds, The Big C o Nurse Jackie no sólo son dramedias de grandes mujeres. Se trata, en realidad, de la historia de grandes madres. Son el retrato de familias disfuncionales, o en los bordes de la sociedad, cuyo vehículo de narración es Jackie, Tara, Nancy o Katy. 

Enlightened tiene mucho más que ver con el viaje del individuo a través de la jungla del capitalismo cotidiano y la alienación que con los relatos matriarcales de Showtime. Laura Dern tiene madre y exnovio sí, pero su historia se desarrolla por otros caminos más solitarios. El papel de la familia es mucho menos importante aquí.  Además, ¿hay todavía alguien que crea que esto es un dramedia? Yo a lo largo de sus cinco primeros episodios me he reído bastante poco. 


Esta serie es un drama con breves pinceladas cómicas. En lugar de risas, lo que provoca son ligeras sonrisas cuando la protagonista hace sus reflexiones de auto-ayuda con voz en off. También risotadas de vergüenza ajena ante sus sobradas. Más que ayudarse a sí misma parece que nos intenta nutrir de esperanza a nosotros. He leído por ahí que para ver Enlightened hay que estar deprimido. Me parece una opinión muy frívola, aunque sí creo que el espectador se ha tenido que plantear algunas de las preguntas existenciales que Laura Dern se cuestiona en cada episodio. 

Lo que quiero decir es que será, en todo caso, el espectador adulto el que pueda llegar a empatizar con la historia de Amy. Esta es una serie bastante aburrida, mucho menos hiperbólica que Weeds, ni siquiera Luke Wilson anima el cotarro. Él también está deprimido. Todos los personajes están muy solos, aquí no tenemos los grandes secundarios de Nurse Jackie que suavizan la dureza del camino. 


Hay algo aburrido e incómodo acerca de Enlightened, pero también hay algo de gran verdad. La historia transmite soledad, tristeza, esperanza, resentimiento… cosas que todos llevamos dentro. Los pobres intentos de Amy por tener una vida cargada de sentido, amor y armonía se prueban inútiles una y otra vez, pero a la vez nos hace sentirnos identificados en diferentes maneras. Todos vamos creciendo rodeados de estas eternas preguntas. Todos soñamos con un mundo mejor. Todos queremos ser diferentes y encajar a la vez. Todos sentimos frustración a lo largo de nuestras carreras profesionales y familiares. 

El personaje de Laura Dern es muy complicado. Generalmente es insoportable, en ocasiones el verdadero narrador parece reírse de ella, por momentos nos da pena y a veces nos incomoda su forma de hacer el ridículo y de sentirse incomprendida. Amy Jellicoe parece un personaje salido del mundo de ficción de Gravity. A pesar de todo ello, sus enseñanzas acerca de cómo conseguir una plenitud mental, el retrato de la adopción y el maltrato occidental de las filosofías de oriente, la hipocresía de nuestra supuesta meditación y la esperanza de que algún día Amy consiga un poco de felicidad y autorrealización son ingredientes, bastante más poderosos de lo que parecían en principio, para seguir viviendo este nuevo relato de HBO. Y es que hay algo de verdad acerca de Enlightened… 

¡Sea lo que sea!

viernes, 11 de noviembre de 2011

FANTASMAS BORDERLINE Y EL NUEVO HUMO NEGRO

American Horror Story, 2011 (FX)

La nueva serie de Ryan Murphy, emitida por la siempre-cuanto-menos-interesante Fox eXtended, comenzó su andadura en octubre y ya se ha convertido en el fenómeno audiovisual más comentado en el social media. Muestra una asombrosa capacidad de renovación y un insólito ímpetu para traspasar fronteras, temáticas y supuestos recursos de los géneros cinematográficos. 


Tras la puesta en marcha del engranaje de su hallazgo más exitoso hasta el momento, Glee, Ryan Murphy y Brad Falchuk han construido un nuevo híbrido, aunque quizás deberíamos buscar un concepto más amplio y avanzado que este, compuesto por  una lista interminable de ingredientes propios y ajenos, viejos y nuevos, que, sin embargo, albergan en sí mismos un carácter extremadamente personal.  American Horror Story es el pastiche audiovisual definitivo, el refrito tarantiniano se queda en anécdota al lado de este monstruo de mil cabezas.

El tándem Murphy-Falchuk ha retomado la esencia de lo que por 2010 eran los vestigios de Nip/Tuck, y lo han sumado a un conglomerado infinito de historietas de terror, leyendas urbanas, psico-thrillers de los 90 y sucesos macabros de la historia norteamericana reciente. El resultado da lugar a 13 capítulos que parecen aspirar a resumir todos los productos derivados del cine de terror, a la vez que intenta ofrecer algo innovador dentro de los límites y tópicos históricos de este género.

En la etapa final de Nip/Tuck se podía apreciar el germen de lo que hoy es AHS, al menos en el tono y la temática de ciertos episodios. Curiosamente, en algunos de ellos ya aparecían los actores que hoy se dejan caer por la casa de los Harmon. Frances Conroy, Eric Stonestreet, Sarah Paulson o Brando Eaton. El capítulo titulado “Enigma” (6x02) cuenta la historia de un joven que se automutila y acaba asesinando a sus padres. Por contenido y estilo podría enmarcarse, perfectamente, en la compleja maquinaria de la nueva serie de Murphy.


La consulta de psicología de Ben Harmon es un animalario similar a lo que la clínica de McNamara/Troy era en su día. De hecho, en la sexta temporada de Nip/Tuck ya le dedicaron todo un capítulo de formato especial dedicado a las consultas de psicología. El 6x16 titulado “Dr. Griffin” pareció un alto homenaje a In treatment, o el resultado de una fuerte inspiración a raíz de la serie de Gabriel Byrne. Si en Nip/Tuck brotaban sin vergüenza las escenas surrealistas, en AHS no se quedan  atrás. Vivien comiendo un cerebro, el bus de la ruta turística del terror, el fantasma Piggy Piggy, o la habitualidad con la que los muertos y los vecinos entran y salen de la casa encantada, por poner unos ejemplos, ofrecen un espectáculo que tiene en el exceso su mayor atractivo.

Técnicamente, la serie cuenta con una calidad exquisita. La fotografía, la música y los movimientos de cámara tienen una expresividad distintiva. Algunas escenas tienen una planificación muy original, visualmente hay ciertos ángulos bastante experimentales para darse en televisión. Escenas como la del enfrentamiento entre Denis O’Hare y protagonista en el jardín o la confrontación entre Taissa Farmiga y las víctimas del instituto en la puerta de la casa, ambos momentos del capítulo quinto, cuentan con múltiples puntos de vista, saltos de raccords y otros recursos que refuerzan aún más el extrañamiento. Todo ello se aúna a través de un montaje hipnótico y fraccionado en extremo que es de lo mejor que podemos ver en la pequeña pantalla actualmente.

Jessica Lange acabará por convertirse en el icono de la temporada y Dennis O’Hare es el nuevo Michelle Forbes o Zeljko Ivanek, como se prefiera. Curioso es ver a Alessandra Torresani, la protagonista de Caprica, como víctima de una matanza al estilo Columbine y vestida como representante de la contracultura noventera, o a la estrella de Studio 60, Sarah Paulson, como una médium snob aterrorizada por la presencia de un fantasma mexicano en su baño.  De Eric Stonestreet deberíamos escribir algo aparte. La escena en la que es acuchillado por un carnicero de Chicago con careta de cerdo no tiene precio. Ya quisieran en Modern Family.


Normalmente, en las películas de terror tipo mansión encantada nos encontramos con una familia habitando un espacio en el que ha ocurrido alguna desgracia oscura. La ecuación es la siguiente: 1 casa + 1 asesinato.  Por ejemplo, podemos citar “La guarida” (1999), protagoniza por Catherine Zeta- Jones, en la que un incidente del pasado da pie a la intriga, el terror, los fantasmas y el argumento del film en sí mismo. Ahora bien, la ecuación de AHS es bien distinta: 1 casa + infinitos asesinatos. ¿Cuánta gente ha muerto en lo que va de serie? ¿Alguien capaz de enumerar todos los asesinatos que hemos visto en tan sólo 6 episodios?

Todas las películas de terror han ocurrido en esta misma casa, todos los tópicos están ahí, aunque claro, también tenemos otros no tan tópicos. La sirvienta que muta en pornochacha, la vecina con muffins adulterados, la niña gótica que se enrolla con un espíritu asesino o el hombre de látex, que ha venido a ocupar el puesto icónico que en antaño pertenecía al humo negro de Lost. La casa de American Horror Story es el lugar de intersección de todos los crímenes contados y por contar, así como la isla de Locke y compañía era el lugar de condensación de todo lo paranormal, de lo visto y lo por ver.


¿Qué cara pondrían los ejecutivos de FX en el pitching de American Horror Story? ¿Cómo se entiende que podamos sentir tanta fascinación por un relato como este? ¿Cómo es posible que nos creamos esta historia?
Esta telenovela esquizofrénica, entre personajes que en vida eran desgraciados pero que como fantasmas son ya totalmente bordeline, es una celebración del exceso audiovisual. La ironía de forma y contenido, las metareferencias internas y externas, las alusiones con susto a la cultura popular y el gran manejo de los regímenes narrativos hacen de AHS una de las series más interesantes de la temporada 2011/2012.

La gracia está en que la unión de todos estos elementos nos advocan a un infinito narrativo donde puede ocurrir cualquier cosa, y como espectadores nos pica la curiosidad por descubrir hasta donde llegarán. Aunque suponemos que, incluso aquí, la anarquía de contenido tendrá ciertas reglas y funciones que regulen el universo de ficción. O no. Quizás, en el fondo, AHS hable del terror en general, como dice el personaje de Eric Stonestreet: de la crisis económica, el terrorismo, la violencia, etc. O no. No tenemos ni idea de hacía donde va, o qué es lo que quieren contarnos exactamente, pero esperamos impacientes los 7 episodios restantes para averiguarlo. Sí o sí.