jueves, 17 de noviembre de 2011

RELATOS GÉLIDOS Y POLÍTICAS EN ESTADO TERMINAL

Boss, 2011 (Starz)

El aumento cualitativo de las ficciones televisivas procede de un gran salto de ambiciones. Audiencia, creadores y ejes de la industria audiovisual han depositado su confianza en este medio como soporte estrella para desarrollar y desmantelar universos complejos.

Ciertamente compleja es Boss, la nueva serie de Starz, la cadena de Party Down o Spartacus. Se trata de un drama político que narra la vida del alcalde de Chicago, un megalómano precipitado a la muerte debido a una enfermedad terminal y extremadamente agresiva. Este punto de partida sirve como pretexto para desenmarañar los tejemanejes y corrupciones varias del funcionamiento del sistema. 


Los elementos técnicos de esta nueva historia son impecables. Desde la fotografía a la interpretación, pasando por un montaje desfasado, obsesivo y enfático, todo está excepcionalmente cuidado y orientado a reforzar un tono seco y aséptico, y a configurar esa atmósfera fría y solitaria que enmarca al Chicago menos amigable. Boss está exenta de sentimientos y emociones. Esta es, sin duda, su mayor atracción, pero también el factor que la hace más densa y menos accesible. 

La serie cuenta con Gus Van Sant como productor ejecutivo y también como director del episodio piloto. El estilo que se desprende de las primeras escenas recuerdan, por momentos, a "El indomable Will Hunting". Aunque su labor como realizador acabe tras el primer episodio, su impronta se extiende a lo largo de los siguientes capítulos en cuanto a la forma se refiere. 
Destaca el recurrente uso de los teleobjetivos en algunos de los primeros planos, y de los planos detalles, más cortos que hemos podido ver en la pequeña pantalla. Boss parece, en numerosas secuencias, un anuncio de Volkswagen. 


La confianza en el relato audiovisual que genera la teleficción no procede únicamente de la inventiva narrativa. De hecho, en una de las temporadas más creativas a nivel argumental que se recuerde (con historias como la de 'Once upon a time', 'American Horror Story' e, incluso, 'Ringer'), esta puede ser la serie con menos ingenio del momento. 
Ecos de 'The Sopranos', 'Damages', 'The Wire' y 'Breaking Bad' resuenan en la lejanía de una propuesta que ha sido erigida siguiendo un modelo narrativo más asociado a HBO que a anteriores productos de Starz como 'Gravity' o 'Torchwood'. 

El protagonismo está altamente focalizado en la figura del alcalde Tom Kane. Sin embargo, eso no impide que también haya lugar para múltiples tramas corales que aspiran a sumar y a componer una radiografía invisible de la política de nuestros días. Y es que, aunque esta historia ya nos la han contado antes, especialmente (y de forma mucho más amplia) en The Wire, resulta interesante, en los días que corren, visionar un relato que pretende aportar un poco de luz en los claroscuros del politiqueo y las administraciones públicas (púbicas).  


La interpretación de Kelsey Grammer es de sobresaliente, pero los demás personajes no se quedan atrás. He leído en Vayatele que la actriz que interpreta a Kitty está limitada. Creo que es una afirmación injusta, asociada a la trayectoria casposa- interpretativa de la actriz.

Kathleen Robertson pasó de "Sensación de Vivir" a ser la protagonista de cintas de culto como 'Splendor' de Gregg Araki. Esta rubia explosiva ha alternado obras de bajo presupuesto con macarradas comerciales como 'Scary Movie 2'. Ella está muy bien en su papel, de hecho su personaje de asesora-ninfómana es de los más sugerentes. Sus polvos con Jeff Hephner son antológicos. Ellos, pase lo que pase en Chicago, siguen copulando como si estuvieran en otra serie.


Connie Nielsen interpreta a la mujer del alcalde. Su personaje es la Carla Bruni de Illinois, y su matrimonio burocrático, y carente de todo lo demás, es una de las partes más interesantes. La historia que chirría es la de su hija. Una ex-drogadicta metida a sacerdotisa que no pinta mucho en todo esto (de momento). 


A pesar de sus defectos y sus densidades, Boss destaca por su vigencia como detector de los estados de ánimo y las inquietudes del mundo actual.  La historia parece estar tallada en un glaciar. La gente está vacía o llena de tristeza y agresividad. La rutina del mundo laboral absorbe la vida personal y somete todo a su éxito y desarrollo. 
El universo que se desprende de su narración es gélido y desprovisto de cualquier ápice de sentimentalismo. El contenido es duro, brutal y con tendencias minimalistas.

Es difícil establecer conexiones entre nuestras circunstancias y las vidas de sus personajes. Su visionado se antoja  espeso, lento y, por momentos, impenetrable. Pero es ahí donde también reside su mayor punto de atracción y de diferenciación con el resto de ficciones del momento. 
Boss es, a su manera, un reto interesante y que, aunque no lo parezca en absoluto, tiene bastante de novedoso. Uno de los mejores estrenos de la temporada.

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