jueves, 24 de noviembre de 2011

LA 7º TEMPORADA DE LOST + ORGÍA DISNEY

Once Upon a Time, 2011 (ABC) 

La mirada siempre ha sido el vehículo audiovisual por excelencia. Desde los orígenes del cine, las historias han sido materializadas en imágenes a través del cúmulo de puntos de vista. En materia televisiva, un medio donde abundan las historias corales y donde el protagonismo está cada vez más esparcido, el ojo se ha convertido en el símbolo de la hiperfocalización y el subjetivismo. 


En un mundo donde el interés por lo “objetivo” está en peligro de extinción, donde prima el protagonismo del informador sobre el contenido de la noticia, donde el lector prefiere conocer la opinión que cierto personaje pueda tener sobre un acontecimiento a través de Twitter en lugar de ceñirse a la materia prima informativa y dar forma a un pensamiento propio, el uso del plano-ojo se ha convertido en una imagen icónica más que recurrente.

Esta alusión gráfica que nos pone directamente en el lugar del otro ha conseguido especial popularidad gracias a la reiteración obsesiva de las mentes detrás de Lost. Seis años tardaron en contar la historia del ojo de Jack, que en 2010 se cerró en la misma posición con la que empezaba la serie. En ese parpadeo está almacenado el relato de los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic. La serialidad del medio televisivo hizo posible que el formato de cada temporada fuera mutando y avanzando hacía una narrativa casi imposible.


La serie recurría a los flashbacks, en su mayoría externos, para trazar el perfil de cada personaje hasta el final de la tercera temporada. El cuarto año introdujo los flashforwards y utilizó la ambigüedad acrónica (¿pasado, presente o futuro?) como fórmula de revitalización. La quinta temporada comenzaba con una estructura in ultima res y convirtió su contenido en un puzzle complicadísimo a través de los viajes y las paradojas temporales. El final de la historia fue una apuesta valiente que pretendió innovar en lo narrativo, pero que comprometió la estabilidad del contenido y no fue capaz de poner un broche a la altura

Los flashsideways, como muchos etiquetaron, fueron una artimaña confusa en extremo para homenajear a todos los personajes que habían ido pasando por la isla. En ese mundo alternativo los protagonistas no se conocían entre ellos y necesitaban encontrar el epicentro de sus existencias para recordar su tiempo en vida. La amnesia narrativa ha pasado a un siguiente nivel con Once Upon a Time. Su formato es la evolución de la sexta temporada de Perdidos. Es lo que habría pasado si la ABC hubiera querido alargar la vida de Jack un poco más (y liarlo con Cenicienta en alguna escotilla).


Sin embargo, lo que al final de Lost era un relato cocainómano, en Once Upon a Time es chuchería por fascículos. La narrativa retorcida se muestra aquí extremadamente simple y transparente, sin dejar de parecer misteriosa y estimulante a la vez. Las posibilidades son infinitas y su potencial, en tan solo cuatro capítulos, parece indicar que esta será la nueva nicotina que la ABC llevaba tiempo buscando.

Once Upon a Time cuenta la historia de Storybrook, un pueblo ficticio perdido en Nueva Inglaterra, donde sus habitantes son personajes de las fábulas de toda la vida, pero sin tener conciencia de ello. Sólo Henry, un niño de 11 años, sabe de la naturaleza de sus vecinos y se propone como objetivo romper la maldición que les hizo olvidar. Para ello arrastrará hasta allí a su madre biológica, Jennifer Morrison, la única persona capaz de hacer creer a la gente otra vez.


En el piloto ya tenemos numerosas reminiscencias gráficas que nos llevan una y otra vez a la isla de Perdidos. El ojo de la protagonista abriéndose en un primerísimo primer plano, esta vez a mitad del episodio, o los números de la mitología lostiana que aparecen en puertas y relojes. Pero las conexiones van más allá de los homenajes puntuales. La historia en sí guarda claros paralelismos

La propia estructura de los episodios, centrados en un protagonista o cuento en concreto. Los “fabulasbacks” que nos llevan al pasado y se relacionan directamente con la compresión del presente narrativo. El hecho de que los personajes vivan aislados en un sitio del que no pueden salir (isla o poblacho). La amnesia identitaria que sufren los habitantes de Storybrook es la misma que Sawyer y compañía tenían en los flashsideways. Me pregunto si tendrán que tocarse también para recordar tiempos pasados, o si acabarán abrazados en el interior de alguna iglesia en Nunca Jamás.


Su principal virtud reside en la capacidad de interacción. Once Upon a Time es un relato tres veces temporal. En primer lugar, el presente de la historia, donde predomina el suspense como régimen narrativo (nosotros sabemos más que los habitantes de Storybrook, ya que ellos no recuerdan quienes son).

En segundo lugar, el pasado o "mundo de las ideas" en el que conviven todos los cuentos de la tradición popular, donde predomina la intriga (los personajes saben mucho más, nosotros vamos descubriendo sus historias pasadas poco a poco). 


En último lugar, nuestro pasado como devoradores de cuentos y fábulas. Nuestro conocimiento sobre esto es fundamental para comprender la historia y el rol de los personajes. La curiosidad por ver cómo se relacionan Pinocho y Caperucita, o por descubrir cómo fue la vida de Blancanieves una vez acabó su cuento, son los puntos fuertes de una historia que apela a nuestra curiosidad y nos reclama como receptores activos, ya que sin nuestro conocimiento previo, la serie no tendría razón de ser. 

Nuestra implicación involuntaria en la historia, las metareferencias literarias infinitas, el tono blanco sobre el que se construye el relato y la posible reflexión sobre la importancia de las ficciones en nuestras vidas, como método para seguir adelante en un mundo con mucha falta de finales felices, hacen de Once Upon a Time la serie más original y entretenida del año.


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