lunes, 14 de noviembre de 2011

EL BARROQUISMO EN LA PEQUEÑA PANTALLA

A propósito de American Horror Story

Resulta curioso que muchos analistas hayan empezado a usar el término neobarroquismo a raíz de True Blood, cuando desde 2004 Lost ha estado narrando la historia más alucinante y alucinada de cuanto hemos podido ver, y cuando fue el propio Ryan Murphy quien en 2003 nos deleitó con Nip/Tuck, serie que para nosotros es el inicio de este movimiento de anfetaminas y exceso.


Me imagino un read-through de los guiones de estas series. Los actores haciendo un ensayo a la italiana de cosas como: “y Jacob mata a su hermano después de que éste hubiera salido de la caverna de Platón, pero, accidentalmente, lo convierte en un humo negro asesino. Mientras tanto, Ben mueve la isla a través del espacio-tiempo girando una rueda de madera congelada en el interior de una isla tropical”. 

O “Antonia Gavilán de Logroño viaja con Sookie al país de las hadas- horcos, mientras Jason es violado por 15 mujeres pantera menores de edad”. 
O “la ama de llaves que muta en pornochacha, que a todo esto es un fantasma, intenta seducir a Ben Harmon mientras su esposa se tira al hombre de látex”.


Mejor aún sería analizar la trayectoria de ciertos personajes a los que les ha pasado todo lo posible e imposible. Por ejemplo, Matt, el hijo de los protagonistas de Nip/Tuck, ha pasado por el porno, las drogas, la auto-circuncisión, la cienciología, el tener una hija con la ex- novia de sus padres, el nazismo, el ser un atracador disfrazado de mimo y un sinfín de excesos impensables para un guionista a la hora de construir el arco dramático de un personaje.

De hecho, ¿quién puede identificar el género, o géneros, de estas cuatro series? ¿Es posible? Esta es mi propuesta:

- Nip/Tuck: culebrón posmoderno de comedia negra
- Lost: drama alucinógeno de ciencia-religión
- True Blood: comedia porno de fantasía costumbrista
- American Horror Story: terror disfuncional de conglomeraciones psico-sádicas


Como espectadores mantenemos una relación de ambivalencia con estos relatos. Por un lado nos fascinan, nos entretienen, nos hacen reír con sus múltiples bizarradas y sus situaciones imposibles. También, al difuminar tanto las fronteras de contenido, y entre niveles narrativos, nos intrigan no sólo con la historia en sí, sino también con las supuestos límites de ficción. 
A menudo nos preguntamos hacía dónde va todo esto, qué va a pasar, pero también qué coño ha pasado. Nos pica la curiosidad por descubrir cómo solucionarán todo esto y si tendrá algún sentido convincente que justifique todos los demás recursos que nos han llevado hasta aquí.

Por otro lado, en muchas ocasiones no somos capaces de empatizar con los personajes o entender el rumbo de sus historias. El exceso y la imposibilidad de predecir lo que ocurrirá (porque quizás a última hora aparezca un dragón transformista que viola al villano de turno y después se transforma en un neurocirujano que esnifa pegamento) nos conducen a la saturación y al cansancio. 
La falta de credibilidad de muchas escenas nos sacan del universo ficticio y nos recuerdan que estamos ante un artificio calculado con precisión. 


Son muchos los que se quedaron a medio camino de Lost o True Blood. Aunque también otros se toman la emisión de sus episodios como un auténtico ritual. Hay que reconocer su gran destreza en cuanto a la originalidad y al esfuerzo por intentar mostrarnos algo “distinto”, a pesar de que, muchas veces, ese esfuerzo pirotécnico para mantenernos embelesados esconde un vacío argumental que no comunica nada en última instancia. 

En cualquier caso, tenemos que aplaudir el hecho de que iniciativas tan poco convencionales se hayan instalado en tantísimas pantallas a lo largo y ancho del mundo. Tiene mucho mérito conseguir que tanta gente quiera compartir tu imaginación y conecte con tu historia por loca que sea. Algo debe mantenerse oculto detrás de la frivolidad y los imposibles puntos de giro. 
Quiero pensar que, en el fondo, hay algún tipo de fuerza que no sólo nos impulsa al delirio, sino que también nos está contando algo importante sobre lo que merece la pena pensar. 


Todos nos hemos adentrado, en mayor o menor medida, en este tipo de relatos, y yo me pregunto:  ¿estaremos cambiando como espectadores? ¿Cómo nos afecta el consumo de estas series? ¿Es posible disfrutar de la misma manera de un capítulo de Mad Men o de The Wire después de ver tres capítulos de True Blood? ¿Tenderán todas las series hacía esta casi obligación por sorprendernos?  ¿Competirán por ver quién es capaz de ir más allá sin perder su esencia?

A veces tengo la sensación de que algunas historias se esfuerzan tanto por marearte, volverte loco, despistarte, perturbarte y sorprenderte, que terminas perdiendo el sentido crítico y la capacidad para procesar la información.
En otras ocasiones no sé qué sería de nosotros sin estos productos que cada semana nos retan llevándonos a lugares inimaginables, pero ¿es posible fascinar durante 5 temporadas? ¿Es viable estar integrado socialmente si no ves alguna de estas series? ¿Conduce el exceso a una falta de credibilidad?

¿Es la falta de credibilidad un problema o un aliado?

No hay comentarios:

Publicar un comentario