martes, 13 de diciembre de 2011

EL CARISMA DE LAS VERBORREAS QUE CAMINAN POR PASILLOS

Studio 60 on the Sunset Strip, 2006 – 2007 (NBC)

En 2012, según la agenda maya de catástrofes, llegará el fin del mundo. Se dice (se comenta) que nos quedan, aproximadamente, unos 365 días hábiles para hacer todo eso que siempre hemos querido… hacer. También en 2012, septiembre para ser concretos, HBO nos obsequiará con la nueva serie de Aaron Sorkin.
Newsroom contará, a lo largo de 10 episodios, la historia de un programa de Tv cuya temática se centra en torno al mundo del deporte. 


Esta nueva criatura viene a llenar un vacío en nuestros televisores de 5 años, el tiempo que ha transcurrido desde la cancelación de la primera y última temporada de Studio 60 on the Sunset Strip. Durante este periodo de inactividad televisiva, Aaron Sorkin ha dejado que sus palabras conformen universos en distinto formato y se proyecten en pantallas de mayores dimensiones. 

Con The Social Network consiguió el Oscar al mejor guión adaptado en 2011. Este galardón viene, en realidad, a conmemorar  la labor de un escritor cuyas obras forman parte de un mismo universo diegético. Y es que es difícil no encontrar paralelismos cuando uno visiona The West Wing, A Few Good Men, Sports Night, Studio 60, Moneyball o The American President.


La escena de apertura de The Social Network, el diálogo en el pub entre “Mark Zuckerberg” y el personaje de Roony Mara, podría ser una de las muchísimas conversaciones que Matt y Harriet mantienen a lo largo de los 22 capítulos de Studio 60. La diferencia es que en la serie los personajes no pueden parar de andar y en esta escena parecen estar pegados a las sillas para evitar precisamente esto. De alguna forma, se les ve incómodos ahí sentados. Parece que, en cualquier instante, se van a poner a beber Red Bull y a hacer marcha.

Este es un estilema característico del universo de Aaron Sorkin. Los personajes no pueden parar de andar. Studio 60 se materializa a través de larguísimos planos secuencia, cuya dirección requería complejas coreografías y gran coordinación. Los actores debieron de ahorrar en preparadores físicos, aunque no en foniatras. Pienso en The West Wing (“El Ala Oeste de la Casa Blanca”) y sólo recuerdo a gente andando y hablando por los pasillos. Sin parar. 


Studio 60 on the Sunset Strip cuenta la historia de un programa cómico de sketches al estilo Saturday Night Live. Como muchas otras obras de calidad, y/o cierto interés, que fueron canceladas prematuramente, ha terminado por ser señalada como una serie de culto. Todo en ella está a la altura de su creador. Tanto en lo técnico como en lo creativo. Tanto en lo formal como en el contenido.

La importancia de Saturday Night Live en la cultura audiovisual norteamericana, o, como se prefiera, en el mundo del espectáculo, no tiene parangón con ningún otro show de televisión. De sus contenidos han salido horas de humor perenne, actores con carreras prolíficas y fuentes de inspiración infinitas.
El ejemplo de Studio 60 no es hijo único. En un registro que nada tiene que ver con este dramedia, el 30 Rock de Tina Fey nos está contando la misma historia, cómo se gesta TGS, que, al igual que la serie dentro de la serie de Sorkin, es la marca blanca, el Hacendado, de SNL.


Matthew y Danny son el nuevo guionista y el nuevo productor, respectivamente, de Studio 60 on the Sunset Strip. Ambos son dos versiones de Aaron Sorkin, dos partes complementarias de la personalidad de su autor. Por ejemplo, uno de ellos es antiguo conocido de la cocaína, sonado bache en la carrera de este guionista.  El otro dice, en uno de los episodios, que no es muy fan de la comedía física, lo que es, en verdad, un comentario del narrador cárnico-huesístico. Y es que a Sorkin lo que le gusta es la Screwball comedy. Al cuadrado. Y en movimiento. 

Los personajes de su filmografía están borrachos de palabras, colocados de sintaxis y al borde del nirvana gramatical. Ninguno puede cerrar ni el pico ni la boca. Todos ellos padecen de una condición que hemos convenido en etiquetar como “El síndrome Aaron Sorkiness”. Dícese de aquel impulso irrefrenable que te lleva a producir palabras sin cesar, en un absoluto dominio del conocimiento, la ironía y el sarcasmo. Los seres ficcionales de Studio 60 están en posesión de una lucidez verbal asombrosa, y gozan de una capacidad encantadora para materializar pensamientos en frases. 


Esta elegancia en la destreza oral nos embruja sobremanera, pero, por momentos, también chirría como un muelle oxidado que todos sean tan sabios y comunicativos. Por otro lado, es curiosa la ausencia de personajes que encarnen la figura del mal. En el universo Sorkin no hay grandes antagonistas. Todo el mundo es buena gente. Se plasma una visión amable de las personas. Somos como recipientes de carisma sujetos a las formas azarosas que pueden arrastrarnos a tomar decisiones equivocadas o a comportarnos oscuramente. Nosotros podemos ser nuestra propia némesis. 

Esta carencia de malvados puede advertir de cierta falta de tensión que mantenga el interés en las tramas. Studio 60 es una serie tranquila, lenta y poco exótica. Su visionado requiere interés y predisposición. Su atractivo recae en los personajes, sus vidas y sus formas de interactuar, así como el gozable detallismo con el que se plasma la vida de un puñado de guionistas y de un grupo de entes laborales del universo televisivo. Tanto es así que el foco de la historia rara vez abandona el edificio de la cadena donde se ingenia y produce el programita.


Después de devorar un par de capítulos, no sólo te entrará un ansia incontrolable por andar y hablar, sino que, además, confirmarás que para contar una buena historia no necesitas mucho más que dos personajes en perpetuo conflicto dialéctico. Dos puntos de vista que chocan. Gente discutiendo con asiduidad. La palabra dinámica. La boca hablando y las piernas en movimiento de Amanda Peet. La palabra. Siempre la palabra. 

La aparente filantropía de Aaron Sorkin nos regala unos relatos que reconocemos como cercanos. Identificamos a muchos de sus personajes de ficción como si fueran gente de nuestro entorno. No es difícil, en algunos casos, encontrar equivalentes.
El desarrollo de sus tramas carece de un tono agresivo y puede presumir de una inteligencia y un carisma que apela a la comprensión, al intelecto y al respecto del espectador.


Podemos extraer de su carrera el interés que tiene por desmantelar las esferas laborales del mundo de la comunicación. Ya sea la política, en The West Wing, Intenet y las aventuras de los emprendedores, en The Social Network, y el mundo periodístico-televisivo, en Sports Night, Studio 60 y la futura Newsroom.

Más allá del trabajo, los individuos infectados por el “Aaron Sorkiness” han alcanzado el éxito profesional por intentar impresionar a un potencial interés amoroso. Ten en cuenta que la médula ósea de Studio 60 es, guste o no, la no relación entre Matthew Perry y Sarah Paulson. Y, mejor aún, el génesis de Facebook está en el acto rabioso de intentar suplir las carencias sentimentales y sociales con una billonaria carrera profesional. 

Los mayas que digan lo que quiran. Y que anden por los pasillos. 

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