viernes, 23 de diciembre de 2011

SUCEDÁNEOS DEL MUNDO

Black Mirror. Parte II: Fifteen Million Merits, 2011 (E4)
Hay fuerzas, algunas invisibles, otras opacas, que tratan de retenerte en un mundo simplificado, totalmente artificial, debidamente maquillado y falseado. Tienes la sensación de que has sido extirpado de tu propia vida, te toca acatar las normas de conducta que siguen tus compañeros. La censura ha pasado a un siguiente nivel, es la condición inmanente a la existencia. Ya no es una herramienta, un martillo o unas tijeras, es el proceso en sí mismo. 




El segundo episodio de Black Mirror no comparte nada con su predecesor, pero mantiene una clara relación de parentesco. Temáticamente, la serie aspira a componer una hipérbole de nuestra utilización de la tecnología y del cómo afecta a nuestras relaciones sociales en esta sociedad de la información. Con capítulos independientes entre sí y de historias autoconclusivas, la cadena E4 nos está ofreciendo mediometrajes que satirizan y advierten de las posibles consecuencias y deformaciones de esta revolución (pato)tecnológica. Aunque deberíamos hablar, quizás, de una revolución de los contenidos.

“15 millones de méritos” se centra en la historia de un chico de unos veintitantos años que vive en una sociedad paralela, o perpendicular, donde parece que todos los jóvenes están encerrados en un complejo residencial de enormes proporciones. En ese mundo de pseudo-ciencia ficción todo está construido, representado y controlado por realidad virtualcomo si de un videojuego se tratara. Tanto es así que la juventud debe ganarse el jornal a través de pedalear en una bicicleta estática y darle al jockstick. De esta manera ganas un dinero que es a la vez tiempo, y tu objetivo es ahorrar el suficiente para ser juzgado en un concurso de talentos al estilo Factor X. Esa es la única forma de crecer en la pirámide social: ser humillado públicamente.




Se me ocurren algunas sátiras, más o menos recientes, que hemos podido ver en diversos soportes audiovisuales. En la tercera temporada de Skins, Karem, la hermana de Freddie, se presentaba a uno de estos Talent shows para ser la próxima Sex Boom de Bristol. O el más patrio cortometraje de Vicente Villanueva, “La rubia de Pinos Puente”, donde se deja de manifiesto la fuerza vampírica de estos medios de entretenimiento sin alma ni moral. Sin embargo, en estos casos puntuales no se plasmaba con tanta intensidad y oscuridad el papel corrosivo de esta cultura del espectáculo y la humillación como se ha hecho en esta segunda entrega de Black Mirror.  

La visión que ofrecen del mundo en este relato tiene que ver con el lugar de convergencia de los reallity shows, los Sims, las estrategias de marketing viral más macabras y la concepción del  Gran Hermano de “1984” de George Orwell. Este modelo social fomenta el individualismo  y una especie de vida asceta donde el adolescente sólo puede mortificarse, cultivar el físico, consumir publicidad, generar energía para mantener el funcionamiento del sistema y atomizarse en la rutina. Hablamos de una juventud víctima del sistema, en los bordes del ridículo y la digitalización, al límite de la experiencia.


Ciertamente, el punto fuerte de “15 millones de méritos” está en el genial retrato que se hace de la juventud. Son personas asépticas, sin capacidad de reacción, lobotomizadas por todas las pantallas que les rodean, pantallas cuya verdadera función es adormecer los sentidos en pro de la comodidad. Estos jóvenes son esclavos que sólo pueden aspirar a dos vidas: ser obreros y pedalear para generar electricidad o ganarse el favor del jurado del Talent show y pasar a otro peldaño social del que hablaremos después. 

Estos adolescentes apáticos y desganados viven en un permanente estado de alerta ya que están siendo observados todo el tiempo. Se encuentran expuestos, abocados al juicio de los demás, amenazados por las opiniones del jurado de ‘Hot Shot’. Están sumisos ante fuerzas desconocidas, en un universo donde todos somos dependientes de una deidad no religiosa, más bien comercial, una especie de franquicia social, una dictadura del pensamiento. 




Como jóvenes sólo podemos anularnos, aniquilar nuestra identidad y continuar contribuyendo a este sucedáneo del mundo sin sentido. El final de la historia se antoja un tanto ambiguo de más y aporta muy poca esperanza al valiente protagonista de tristísima figura. Si no quieres seguir siendo un obrero cualquiera, y pasas la prueba del laberinto con la aprobación del jurado, puedes acceder a una vida más cómoda, pero igual de solitaria y carente de control. Desde tu habitáculo tienes vistas al mundo, al mundo de verdad, pero sólo puedes contemplarlo a través del cristal. ¿Tanto esfuerzo para esto?


El primer capitulo fue menos ambicioso y, sin embargo, más interesante si cabe que esta segunda entrega. A pesar de que, por su complejidad y su distancia narrativa, la historia no ha sabido cerrarse con el mismo broche de oro que su primera parte, este segundo episodio es una obra clave de la televisión contemporánea. El oscuro tríptico de Black Mirror se corona como la reflexión imprescindible de nuestros días. 

Y es que, en realidad, no hay nada ajeno al caos de la actualidad en este relato audiovisual. ¿Acaso no está más valorado en nuestro país el veinteañero de OT que el becario o el investigador? ¿No vivimos todos, cada vez más, en cierto estado de paranoia debido a la exposición pública de nuestras vidas a través de diversas redes sociales o medios digitales? 
“15 millones de méritos” ha sabido retarnos a pensar en la deformación de la interacción propia de todos los videojuegos de última generación, los gadgets multiusos, la hiperconectividad social y el consumismo exacerbado. La publicidad ha dejado de ser un algo para transformarse en el Todo. Black Mirror es desde ya la serie imprescindible de 2011. 


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